Presentación de Asturias y Portugal, conferencia del Dr. Aguado en Club LNE

Discurso de presentación
Buenas tardes.
Muchas gracias por haber venido en un día como hoy, tan espléndido, en el que apetece
estar fuera, con tantos actos programados y hasta con la Copa de Europa arrancando
con fuerza. Se lo agradezco de veras.
Voy a ser muy breve. He asistido a muchas charlas aquí y en otros lugares, y a veces
parece que el presentador se convierte en protagonista, hablando durante media hora o
más. No debe ser así: el protagonismo corresponde siempre al conferenciante, al que
sabe. Por eso intentaré ceñirme a una breve presentación.
En primer lugar, quiero expresar mi agradecimiento —pues de bien nacidos es ser
agradecidos— a La Nueva España y, en concreto, a la directora del Club La Nueva
España, María José Iglesias. También, por supuesto, al doctor Aguado, que me acompaña
aquí a mi derecha, y que acogió con entusiasmo esta iniciativa desde el primer
momento. Y, por último, a todos ustedes, que hoy han elegido estar aquí, pese a las
muchas alternativas atractivas que ofrece el día.
Me presento: soy Antonio Cuestas, delegado en Asturias de la Asociación Sociocultural
Amigos de Portugal. Esta asociación nació gracias al impulso de un militar de aviación
portugués que, aunque vive desde hace muchos años en Valencia, mantiene vivo el
propósito de estrechar los lazos entre España y Portugal en todos los ámbitos,
especialmente en el cultural.
¿Y qué relación tiene todo esto con nuestra tierra y con el reino de Asturias? Pues
mucha más de la que a veces se cree. Porque cuando nacen las naciones ibéricas, lo
hacen aquí, en Covadonga: de ahí surge la Reconquista, y con ella lo que hoy conocemos
como España y Portugal.
Permítanme una breve referencia personal, como trubieco que soy. La primera vez que
aparece documentada la palabra Trubia —hasta ahora, al menos— es en un escrito del
año 863. ¿Dónde aparece? Nada menos que en Brácara Augusta —la actual Braga—
,
donde se describe detalladamente la iglesia de Trubia y los terrenos circundantes, en un
contexto de disputas por la propiedad. Ese testimonio lo vincula directamente con el
territorio que hoy llamamos Portugal, aunque en el siglo IX formaba parte del Reino de
Asturias.
Y aún más: en Trubia están las preciosas cascadas de Guanga, seis en total. En la más
alta se levantaba el castillo del conde Gonzalo Peláez, personaje de leyenda y de terrible
reputación: héroe en una batalla contra los musulmanes, donde salvó la vida del rey
Alfonso VII, pero también delincuente reincidente, condenado en tres ocasiones y
siempre indultado por el rey. La última vez, la condena se conmutó por un destierro al
lugar más occidental y alejado de la corte, es decir, al territorio del actual Portugal. Allí
acabó aliado con Alfonso Enríquez, teniendo papel en la independencia del condado
portucalense del Reino de León, heredero del de Asturias, que para entonces abarcaba
ya un tercio de la península, demasiado vasto y difícil de gobernar desde Oviedo, sobre
todo en invierno al otro lado de la cordillera.
Si damos un salto al esplendor industrial de Trubia, en el siglo XIX, basta viajar a Lisboa
para encontrar, al lado mismo de la Torre de Belém, un cañón perfectamente
conservado, fabricado en Trubia en 1861. Es un testimonio del trabajo de mis
antepasados durante el gran resurgir de la fábrica con el general Elorza.
Y podríamos añadir más ejemplos. Familias asturianas como los Noronha —derivación
portuguesa de Noreña— tuvieron gran influencia. Uno de sus miembros dio nombre al
archipiélago de Fernando de Noronha en Brasil. O el gobernador de la India portuguesa,
con presencia hasta mediados del siglo XX.
En otros lugares más lejanos, como Ceilán —la actual Sri Lanka— aún hoy pueden
encontrarse iglesias con reminiscencias hispano-portuguesas y palabras del portugués
integradas en el cingalés. Lo pude comprobar personalmente en una localidad preciosa,
Negombo, con multitud de iglesias de clara influencia portuguesa. Son tantas que se la
conoce como el “pequeño Vaticano”.
Todo esto enlaza con el sentido de este acto, que es mirar desde lo local hacia lo
universal, desde Asturias hacia Portugal y hacia el mundo ibérico.
Y ya, sin más demora, presento al verdadero protagonista de esta tarde: Francisco
Avelino Aguado.
Nació en Avilés en 1962, es doctor en Medicina y Cirugía por la Universidad de Oviedo,
con la calificación cum laude. Especialista en historia medieval y bizantina, dedicó su
doctorado al estudio de la medicina en el periodo iconoclasta del Imperio Bizantino —o
romano de Oriente, para ser más precisos—
.
Ha publicado numerosos trabajos, entre ellos una guía de Constantinopla, un libro
sobre Estambul en busca de Bizancio, así como estudios sobre medicina en el Imperio
Bizantino.
Su último libro, muy reciente, se titula San Julián de los Prados y la Asturias iconoclasta
de Alfonso II el Casto.
Ambos compartimos la condición de reservistas voluntarios: él como médico militar —
condecorado con la Medalla al Mérito Militar con distintivo blanco— y servidor como
ingeniero en la Armada.Les aseguro que disfrutarán mucho de su intervención, porque
aúna dos cualidades poco frecuentes: un gran conocimiento y una enorme claridad a la
hora de transmitirlo.
Con ustedes, Francisco Avelino Aguado. Un aplauso.
Muchas gracias.
